viernes, 7 de enero de 2011

Andrés Fernández de Andrada, Epístola moral a Fabio

Andrés Fernández de Andrada, “Epístola moral a Fabio” vv. 1-21, 46-51, 58-63, 67-72, 100-108, 115-117, 127-129, 163-168, 172-174, 181-195, 202-205 (antes de 1613)

Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas;1

el que no las limare o las rompiere
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
elija en sus intentos temeroso
primero estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera
corriente del gran Betis2, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.
(…)
Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.
(…)
Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aun quizá de uno a otro momento.

Casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra grande Itálica, y, ¿esperas?3
¡Oh terror perpetuo de la vida humana!4
(…)
¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me despierte?

¿Será que pueda ver que me desvío
de la vida viviendo, y que está unida
la cauta muerte al simple vivir mío?
(…)
¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para el rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra
y el cerco por do el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!

Esta nuestra porción alta y divina,
a mayores acciones es llamada
y en más nobles objetos se termina.
(…)
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente
que no afecto a los nombres ni a la fama.
(…)
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.
(…)
¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
por el vano, ambicioso y aparente!

Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.
(…)
Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.5
(…)
Sin la templanza, ¿viste tú perfeta
alguna cosa? ¡Oh muerte! Ven callada,
como sueles venir en la saeta;

no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor; que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.

Así, Fabio, me enseña descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.

No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.

¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la verdad? ¿O menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
(…)
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé: rompí los lazos;
ven y sabrás al alto fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.

Notas:
1 En sus consejos a Fabio, el poeta recrea el tópico del menosprecio de la corte, tan característico del Siglo de Oro. En concreto, rechaza las esperanzas cortesanas, propias de quienes acuden a la corte buscando poder, riqueza y fama. Para el poeta, la felicidad sólo se puede obtener cuando uno renuncia a las ambiciones y se conforma con lo que tiene.
2 Es el nombre en latín del río Guadalquivir.
3 Itálica fue una ciudad romana muy importante, cercana a la actual Sevilla. En el s. XVII se podían apreciar sus ruinas, por eso simbolizaba la fugacidad de lo humano. Fernández de Andrada la nombra para darle a entender a Fabio que no retrase su vida, que el timepo pasa fugazmente.
4 Al condenar la esperanza el poeta se suma al pensamiento estoico. Los filósofos estoicos creían que había cuatro pasiones que el hombre tenía que evitar para no sufrir: la esperanza, el miedo, el odio y el amor. Ellos recomendaban la templanza, que consistía en un equilibrio mental en que la persona se libera de toda pasión y deseo.
5 El poeta aspira a una vida tranquila y discreta, alejada de las grandes emociones, que nadie pueda criticar. Esta idea se ajusta al tópico de la aurea mediocritas, que desarrolló con éxito Horacio, un poeta romano que sirvió como principal fuente de insiración a este poema de Fernández de Andrada.

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