No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Blog sobre poesía de los profesores Ruth Romero y Juan Manuel González
jueves, 30 de diciembre de 2010
Soneto a Cristo crucificado, autor Anónimo
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Creo que la estrofa final, en principio, en mis años jóvenes y ya tengo 80, decía:
ResponderEliminarNo me tienes que dar por que te quiera,
porque si cuanto espero no espera,
lo mismo que te quiero te quisiera