martes, 31 de agosto de 2010

Desde Irak, Blanca Andreu


Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?

A veces me figuro que estoy enamorado, Gabriel Celaya

A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.

Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.

Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,
y, alternativamente, Susanita y Carmen,
y, alternativamente, soy feliz y lloro.

No soy muy inteligente, como se comprende,
pero me complace saberme uno de tantos
y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

35 bujías, Pedro Salinas


Sí. Cuando quiera yo
la soltaré. Está presa,
aquí arriba, invisible.
Yo la veo en su claro
castillo de cristal, y la vigilan
—cien mil lanzas— los rayos
—cien mil rayos— del sol. Pero de noche,
cerradas las ventanas
para que no la vean
—guiñadoras espías— las estrellas,
la soltaré. (Apretar un botón.)
Caerá toda de arriba
a besarme, a envolverme
de bendición, de claro, de amor, pura.
En el cuarto ella y yo no más, amantes
eternos, ella mi iluminadora
musa dócil en contra
de secretos en masa de la noche
—afuera—
descifraremos formas leves, signos,
perseguidos en mares de blancura
por mí, por ella, artificial princesa,
amada eléctrica.

Rima I, Gustavo Adolfo Béquer

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en la sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

Los loros y la cotorra


De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La isla en parte es francesa,
y en otra parte española.

Así, cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia.

De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.

El francés del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al francés
casi se las toma todas.

Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda.

El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.

Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.

Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois que una PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!

lunes, 30 de agosto de 2010

Miré los muros. Francisco de Quevedo


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.


La noche oscura, San Juan de la Cruz


1. En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras, y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!
a oscuras, y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada.
Amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido,
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Tres cosas, Baltasar de Alcázar

Tres cosas me tienen preso

de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón,
y berenjenas con queso.

Esta Inés, amantes, es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.

Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.

Fue de Inés la primer palma;
pero ya juzgarse ha mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.

En gusto, medida y peso
no le hallo distinción:
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.

Alega Inés su bondad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y la berenjena
la española antigüidad.

Y está tan en fiel el peso
que, juzgado sin pasión,
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.

A lo menos este trato
destos mis nuevos amores
hará que Inés sus favores
nos los venda más barato.

Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.

Aquí la envidia y mentira, Fray Luis de León

  Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,            
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.           

Soneto XI, Garcilaso de la Vega

  Hermosas ninfas que, en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
 
  agora estéis labrando embebecidas,             
o tejiendo las telas delicadas;
agora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;
 
  dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,               
y no os detendréis mucho según ando;
 
  que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio consolarme.


No te tardes, Juan del Encina

¡No te tardes que me muero
carcelero,
no te tardes que me muero!
 
   Apresura tu venida
porque no pierda la vida                        
que la fe no está perdida:
carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   Sácame de esta cadena,
que recibo muy gran pena                        
pues tu tardar me condena,

carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   La primera vez que me viste,
sin lo sentir me venciste;                      
suéltame pues me prendiste,
carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   La llave para soltarme
ha de ser galardonarme,                         
carcelero,
¡no te tardes que me muero!

sábado, 28 de agosto de 2010

Abenámar y el rey don Juan


  «Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.
Estaba la mar en calma,                 
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace,
no debe decir mentira.»
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:               
«No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho               
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.                 
«Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!»
«El Alhambra era, señor,                
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día               
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,                
castillo de gran valía.»
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
«Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;                     
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.»
«Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene               
muy grande bien me quería.»

viernes, 27 de agosto de 2010

Placeta de San Marcos, María Victoria Atencia, El coleccionista (1979)

Amárrate, alma mía; sujétate a este mármol,

Sebastián de tu tronco, con cuantas cintas pueda

ofrecerte en Venecia la lluvia que te empapa.


Amárrate a este palo, alma Ulises, y escucha

-desde donde la plaza proclama su equilibrio-

el rugido de bronce que la piedra sostiene.


En este enlace hallaréis un comentario extenso del poema.

María Victoria Atencia

María Victoria Atencia nació en Málaga, el 28 de noviembre de 1931. Estudia en el Colegio de la Asunción y luego en el Colegio de la Sagrada Familia. Prosigue sus estudios en el Conservatorio. Conoce a Rafael León, Doctor en Derecho.

Publica su primer libro de poesía en 1953 con el título de Tierra mojada , libro nunca reeditado. Se casa con Rafael León en 1957 y al año nace su primer hijo, Rafael, y dos años más tarde nace Victoria.

Tras la publicación en 1961 de Arte y aparte inicia un paréntesis largo en su obra. En 1963 nace su tercer hijo, Álvaro, y Eugenia nace dos años después de éste. En 1971 obtiene el título de piloto de aviación y reanuda su labor literaria, entre otras maneras, colaborando con la revista Caracola.

En 1983, otra de sus pasiones sale a la luz en una exposición de grabados en la Diputación Provincial de Málaga. Con la publicación de Ex libris en 1984, se le da el lugar que merece tanto a ella como a su poesía, generando interés por su obra.

Es académica numeraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, de Málaga, y académica correspondiente de las Reales Academias de Cádiz, Córdoba, Sevilla y San Fernando; en la actualidad sigue publicando desde Málaga, donde reside.

No volveré a ser joven, Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.


Intento formular mi experiencia de la guerra, Jaime Gil de Biedma, Moralidades

Fueron, posiblemente,
los años más felices de mi vida,
y no es extraño, puesto que a fin de cuentas
no tenía los diez.

Las víctimas más tristes de la guerra
los niños son, se dice.
Pero también es cierto que es una bestia el niño:
si le perdona la brutalidad
de los mayores, él sabe aprovecharla,
y vive más que nadie
en ese mundo demasiado simple,
tan parecido al suyo.

Para empezar, la guerra
fue conocer los páramos con viento,
los sembrados de gleba pegajosa
y las tardes de azul, celestes y algo pálidas,
con los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi amor por los inviernos mesetarios
es una consecuencia
de que hubiera en España casi un millón de muertos.

A salvo en los pinares
– pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete! –,
el miedo y el desorden de los primeros días
eran algo borroso, con esa irrealidad
de los momentos demasiado intensos.
Y Segovia parecía remota
como una gran ciudad, era ya casi el frente
– o por lo menos un lugar heroico,
un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo
que nos emocionaba visitar: la guerra
quedaba allí al alcance de los niños
tal y como la quieren.
A la vuelta, de paso por el puente Uñés,
buscábamos la arena removida
donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados.
Luego la lluvia los desenterró,
los llevó río abajo.

Y me acuerdo también de una excursión a Coca,
que era el pueblo de al lado,
una de esas mañanas que la luz
es aún, en el aire, relámpago de escarcha,
pero que anuncian ya la primavera.
Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen,
una nítida imagen de la felicidad

retratada en un ciclo
hacia el que se apresura la torre de la iglesia,
entre un nimbo de pájaros.
Y los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran como promesas de un tiempo mejor,
nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo diez y seis.
Que niño no lo acepta?

Cuando por fin volvimos
a Barcelona, me quedó unos meses
la nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después, mucho después
de que hubiera empezado la posguerra.

Jaime Gil de Biedma

Poeta español. Nació en Barcelona en el seno de una familia de la alta burguesía. Estudió Derecho en Barcelona y Salamanca, por cuya universidad se licenció. Desde 1955 trabajó en una empresa ligada a su familia. Su obra poética no es muy extensa pero ha sido considerada como una de las más interesantes de las de su generación, la de los poetas sociales. No se limitó a utilizar la poesía para expresar una rebeldía política sino que profundizó en el uso de la palabra como material estético y en la consideración del poema como experiencia. Su primer libro, Según sentencia del tiempo, apareció en 1953; después publicó, entre otros, Compañeros de viaje (1959), Moralidades (1966) y Poemas póstumos (1968). Escribió agudos ensayos literarios y, después de su muerte, se editó un diario suyo, Retrato del artista en 1956 (1991). Murió en Barcelona en 1990.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.




Otro vídeo de gran interés puedes encontrarlo enlazado aquí.

jueves, 26 de agosto de 2010

El poema, José Ángel Valente,

Si no creamos un objeto metálico
de dura luz,
de púas aceradas,
de crueles aristas,
donde el que va a vendernos, a entregarnos, de pronto
reconozca o presencie metódica su muerte,
cuándo podremos poseer la tierra.

Si no depositamos a mitad del vacío
un objeto incruento
capaz de percutir en la noche terrible
como un pecho sin término,
si en el centro no está invulnerable el odio,
tentacular, enorme, no visible,
cuándo podremos poseer la tierra.

Y si no está el amor petrificado
y el residuo del fuego no pudiera
hacerlo arder, correr desde sí mismo, como semen o lava,
para arrasar el mundo, para entrar como un río
de vengativa luz por las puertas vedadas,
cuándo podremos poseer la tierra.

Si no creamos un objeto duro,
resistente a la vista, odioso al tacto,
incómodo al oficio del injusto,
interpuesto entre el llanto y la palabra,
entre el brazo del ángel y el cuerpo de la víctima,
entre el hombre y su rostro,
entre el nombre del dios y su vacío,
entre el filo y la espada,
entre la muerte y su naciente sombra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra.

José Ángel Valente

José Ángel Valente. (Orense, 25 de abril de 1929 - Ginebra, 18 de julio de 2000). Poeta español, ensayista y abogado.

Cursa estudios en la Universidad de Santiago de Compostela obteniendo el título de licenciado en Derecho y en la Universidad Complutense de Madrid, donde se licencia en Filología Románica. Da clases en la Universidad de Oxford y en Ginebra ejerce de traductor de organizaciones internacionales; posteriormente trabaja en París en la sede de la UNESCO. En los años 80 vuelve a España,fijando su residencia en Almería, y continúa con su actividad docente como profesor visitante en diversas universidades extranjeras. En sus últimos años alterna su residencia suiza con la española, y recibe múltiples distinciones como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras o el Premio Nacional de Poesía.

Su trayectoria profesional comienza cuando aún es un estudiante que despunta como poeta, formando parte del “Grupo Poético de los 50”, dentro del cual representa a la poesía como una vía del conocimiento. En la década de los 60 su poesía evoluciona siguiendo una corriente llamada "poesía del silencio", desligándose así del movimiento poético de mitad de siglo. En este periodo destacan obras como A modo de esperanza (1954), Premio Adonais en ese año, Poemas de Lázaro (1960), Premio de la Crítica, La memoria y los signos (1966) o Siete presentaciones (1967).

Heredero de la tradición mística española, José Ángel Valente asimila tradiciones culturales, históricas y tendencias filosóficas creando textos cada vez más profundos y complicados. Uno de sus cuentos, El uniforme del general (contenido en el libro El número trece) le lleva ante un consejo de guerra en 1972 por la forma en que describe al ajército.

La obra poética que escribe en gallego es primero reunida en Sete cántigas de alén (1981) y posteriormente en Cántigas de alén (1989). Realiza también trabajos como traductor de poesía alemana y francesa; además escribe ensayos relacionados con la pintura, la mística y la literatura española. Entre ellos destacan títulos como Las palabras de la tribu (1971), Ensayos sobre Miguel de Molinos (1974) o La piedra y el centro (1983). Su última obra es Fragmentos de un libro futuro, texto en el que se recogen sus últimos poemas y que se publicó después de su muerte.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.

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En el principio, José María Valverde, Ser de palabra (1976)

De pronto arranca la memoria,
sin fondos de origen perdido;
muy niño viéndome una tarde
en el espejo de un armario
con doble luz enajenada
por el iris de sus biseles,
decidí que aquello lo había
de recordar, y lo aferré,
y desde ahí empieza mi mundo,
con un piso destartaado,
las vagas personas mayores
y los miedos en el pasillo.
Años y años pasaron luego
y al mirar atrás, allá estaba
la escena en que, hombrecito audaz,
desembarqué en mí, conquistándome.
Hasta que un día, bruscamente,
vi que esa estampa inaugural
no se fundó porque una tarde
se hizo mágica en un espejo,
sino por un toque, más leve,
pero que era todo mi ser:
el haberme puesto a mí mismo
en el espejo del lenguaje
doblando sobre sí el hablar,
diciéndome que lo diriía,
para siempre vuelto palabra,
mía y ya extraña, aquel momento.
Pero cuando lo comprendí
era ya mayor, hombre de libros,
y acaso fue porque en alguno
leí la gran perogrullada:
que no hay más mente que el lenguaje,
y pensamos solo al hablar,
y no queda más mundo vivo
tras las tierras de la palabra.
Hasta entonces, niño y muchacho,
creí que hablar era un juguete,
algo añadido, una herramienta,
un ropaje sobre las cosas,
un caballo con que correr
por el mundo, terrible y rico,
o un estorbo en que se aludía
a lo lejos, a ideas vagas:
ahora, de pronto, lo era todo,
igual que el ser de carne y hueso,
nuestra ración de realidad,
el mismo ser hombre, poco o mucho.

José María Valverde

Poeta y traductor español. Nació en Valencia de Alcántara (Cáceres). De su labor poética, cabe mencionar las obras Hombre de Dios (1945), La espera (1949), Versos del domingo (1954), Voces y acompañamientos para San Mateo (1959), La conquista de este mundo (1960), Años inciertos (1970) y Ser de palabra (1976). Se destacan dos compilaciones de sus Textos: Enseñanzas de la edad. Poesía 1945-1970 (1971) y Poesías reunidas 1945-1990. Esta última recibió el Premio Ciutat de Barcelona. Su obra se caracteriza por un acentuado humanismo con toques intimistas que se fueron haciendo más irónicos conforme avanzaba su obra. Entre sus obras ensayísticas se destacan sus trabajos de crítica literaria, como Estudio sobre la palabra poética (1952); Vida y muerte de las ideas (1981); Breve historia y antología de la estética (1987); los diez volúmenes de Historia de la literatura universal (1986), en colaboración con Martín de Riquer; Nietzsche, de filólogo a Anticristo (1993) y Diccionario de Historia (1995). Fue profesor en Roma y catedrático de Estética en la Universidad de Barcelona. Por motivos políticos, en 1964 se exilió voluntariamente en Estados Unidos y Canadá, donde vivió dando clases hasta el año 1977. De su sobresaliente actividad como traductor, han de señalarse la versión al español del Ulises de Joyce, por la que recibió el Premio Fray Luis de León en 1978, y los poemas de Constandinos Cavafis, entre muchas otras obras. Murió en Madrid.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.

domingo, 22 de agosto de 2010

Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Ángel González

Poeta y profesor de literatura, perteneciente al grupo conocido como Generación de los 50 o del medio siglo. Dueño de una poesía humanamente comprometida, teñida de fina ironía y humor. Nació en Oviedo y su infancia estuvo marcada por la sombra de la guerra civil y por la muerte prematura de su padre cuando él apenas contaba dos años. Precisamente será en la biblioteca que su padre dejara -como un tesoro familiar- donde hace sus primeras lecturas, aunque es en un pueblo de la montaña leonesa, donde, convaleciente de una profunda afección pulmonar, siente la llamada de la poesía y escribe sus primeros versos. La experiencia de la guerra aparecerá en su primer libro, Áspero mundo (1956) y con el que obtendría un accésit del Premio Adonais. En él se ordenan una serie de vivencias originadas por el trauma de la guerra civil española reflejadas en la contraposición de dos mundos irreconciliables: el de la infancia, sensación casi nube y la cruel realidad, de duros y agrios perfiles. A partir de entonces, su posición ante el mundo se torna más clara y militante. Al escribir en 1961 Sin esperanza, con convencimiento, incluye ya un análisis social de las causas de la derrota y pasa a ser clasificado claramente en el grupo de los poetas sociales. Angel González abandona más adelante esta actitud para dedicarse a una poesía en la que testimonia su propia experiencia de la realidad y donde hay una preocupación por la palabra en sí misma, por la expresión justa, precisa, casi imprescindible. El paso del tiempo, la temática amorosa y cívica, son tres obsesiones que se repiten a lo largo y ancho de sus poemas. Su tercer libro, Grado elemental (1962), fue galardonado en Colliure con el Premio Antonio Machado, poeta al que Angel González admiró profundamente. Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1971), Procedimientos narrativos (1972), Muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1976) y Prosemas o menos (1984) son otros de sus libros. Su obra completa, en la que incluye poemas inéditos, ha sido publicada en tres ocasiones, la última de ellas en 1986, y siempre con el título de Palabra sobre palabra. Es asimismo autor de diversos estudios poéticos sobre Juan Ramón Jiménez (1973), el Grupo poético de 1927 (1976), Gabriel Celaya (1977) y Antonio Machado (1979). Angel González fue maestro nacional, licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y periodista por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Trabajó también en el Ministerio de Obras Públicas, de donde fue funcionario en excedencia. En sus últimos años enseñó Literatura Española Contemporánea en la Universidad de Alburquerque (Estados Unidos) y profesor visitante de las de Nuevo México, Utah, Maryland y Texas.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.
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http://amediavoz.com/gonzalez.htm




En el principio, Blas de Otero

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Un relámpago apenas, Blas de Otero

Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,

me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,

tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brisas y la rozas con tu beso.

Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.

Hombre, Blas de Otero, Ángel firamente humano (1950)

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, de noche a noche, no sé cuando
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

sábado, 21 de agosto de 2010

Blas de Otero

Poeta español nacido en el País Vasco y uno de los más representativos e influyentes de la posguerra española. Nació en Bilbao y estudió en los jesuitas. Vivió en Barcelona, París y Bilbao, y desde 1955 hasta su muerte en Madrid. En su primera obra, Cántico espiritual (1942), marcada por una gran religiosidad, se perciben las influencias de la mística española, en especial de los poetas san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Mantiene esta tendencia religiosa en sus libros siguientes, Angel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951), que en 1958 refundiría en Ancia, palabra formada por la primera sílaba del primero y la última del segundo. Aquí Otero expresa su vacío interior ante la desolación del mundo y lanza súplicas a Dios sin obtener respuesta. Está entrando en un nihilismo existencialista sobre la realidad humana que le hace exclamar: -Esto es ser hombre: horror a manos llenas-. En esta angustia su poesía se hace social y cambia de registro abandonando la metafísica anterior en Pido la paz y la palabra (1955) y En castellano (1960), donde ahora es la lucha social, real, concreta, la que le interesa, escribiendo una poesía para la inmensa mayoría -Con la inmensa mayoría (1960), Hacia la inmensa mayoría (1962)-, en respuesta a la propuesta de Juan Ramón Jiménez que decía escribir para la -inmensa minoría-. Su poesía se carga de fe en la solidaridad humana y sus versos se tiñen de violencia en una lucha con España como interlocutora y que le despierta sentimientos encontrados. Otras obras de estas características son Esto no es un libro (1963), Que trata de España (1964) y Expresión y reunión (1969 y 1981), ediciones de sus obras escritas y publicadas entre 1941 y 1968. La obra de Blas de Otero no es muy numerosa pero ha sido uno de los máximos exponentes de la literatura de posguerra y al que muchos poetas posteriores le son deudores, por su lirismo y compromiso social.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.

La poesía es un arma cargada de futuro, Gabriel Celaya

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.


Gabriel Celaya

Gabriel Celaya (Hernani, 1911- Madrid, 1991), que también firmó sus versos como Rafael Múgica y Juan de Leceta -su nombre real era Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta Cendoya -, residió temporalmente en Pau (Francia) y estudió el bachillerato como alumno libre en San Sebastián, concluyéndolo en 1927. En 1929 ingresó en la Escuela de Ingeniería Industrial de Madrid, donde cursaría también Filosofía y Letras. En Madrid trabó contacto con los poetas del 27 y con Pablo Neruda. En 1935 terminó los estudios de ingeniería, y publicó su primer libro, Marea del silencio. En 1936 obtuvo el Premio Centenario Bécquer con La soledad cerrada

(1947). Sus primeros poemarios muestran una vertiente vanguardista y surreal bajo el magisterio del 27.

Durante la guerra civil fue capitán de gudaris del ejército republicano de Euskadi. Tras la contienda, pasó a trabajar en el negocio familiar, y siguió escribiendo en una suerte de exilio interior las composiciones de La música y la sangre y Avenidas, libros que no verían la luz hasta su publicación en Deriva (1950) o en sus Obras completas de 1969.

Sumido en una crisis personal, salió de ella cuando conoció a Amparo Gastón en 1946. Juntos emprenden diversos proyectos literarios, como la fundación de la colección de poesía «Norte». Allí apareció Tranquilamente hablando (1947), que inaugura la poesía social de posguerra, que alcanzaría su momento de máxima intensidad con Cantos íberos (1955), verdadera toma de conciencia y manifestación del compromiso con la realidad histórica. En 1956 se trasladó a Madrid para dedicarse completamente a la poesía. La década del cincuenta fue de gran actividad literaria y social: Deriva (1950), Las cartas boca arriba (1951), Lo demás es silencio (1952), Paz y concierto (1953), De claro en claro (1956; Premio de la Crítica de 1957), Las resistencias del diamante (1957), El corazón en su sitio (1959), Poesía urgente (1960)... Por entonces, su poesía avanza desde un entrañable tono cotidiano a los tintes épicos o dramáticos de obras como Cantata en Aleixandre (1959) o Rapsodia éuskara (1961), donde se vislumbra ya una preocupación por la tierra natal y los valores legendarios de su pueblo, algo que también se observa en Mazorcas (1962) y Baladas y decires vascos (1965).

En 1963 se le concedió el Premio Internacional Libera Stampa por el conjunto de su obra, así como el Premio Atalaya de Poesía. Su compromiso con la libertad le lleva a participar en diversos actos y asambleas estudiantiles. En 1965 conoció al poeta cubano Nicolás Guillén. Al año siguiente viajó a Cuba, donde en 1967 participó en el jurado de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos. Durante esos años viajó también a países como Brasil -donde inaugura un monumento a García Lorca- o Italia. En 1968 fue galardonado con el Premio Internacional Taormina. Su poesía se adentra por entonces en vías de innovación experimental, en títulos como Los espejos transparentes (1968), Campos semánticos (1971) -una inmersión en la poesía visual-, o en los tonos matemático musicales de Lírica de cámara (1969) y Función de Uno, Equis, Ene (1973). La conjunción del experimentalismo con la vertiente coloquial y social da origen a libros como La higa de Arbigorriya (1975), Parte de guerra o El hilo rojo (ambos de 1977). En 1977, su compromiso político le llevó a ser candidato al Senado por Guipúzcoa en las filas del Partido Comunista. Su poesía muestra una preocupación cada vez mayor por la historia ancestral, tal como se constata en Iberia sumergida (1978). Penúltimos poemas (1982) y Cantos y mitos (1983) son el máximo exponente de una poesía órfica, donde el hecho literario es experiencia de salvación, y vía de penetración en el misterio y en la verdad de la existencia, bajo la utilización del mito griego, que en Orígenes (1990) es sustituido por el íbero. En 1986 el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de las Letras, y en 1994 la Universidad de Granada le concedió a título póstumo el doctorado honoris causa.

Esta breve biografía ha sido extraída de aquí.

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jueves, 19 de agosto de 2010

Canción última, Miguel Hernández, El hombre acecha (1938)

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.


Elegía, Miguel Hernández, El rayo que no cesa (1935)

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.