jueves, 30 de diciembre de 2010

La espiga, de Juan Ramón Jiménez


Granado el oro, está la espiga, al día claro,
encendiendo en la luz su apretado tesoro;
pero se pone triste, y, en un orgullo avaro,
derrama por la tierra, descontenta, su oro.

De nuevo se abre el grano rico en la sombra amiga
-cuna y tumba, almo trueque- de la tierra mojada,
para surjir de nuevo, en otra bella espiga
más redonda, más firme, más alta y más dorada.

Y... ¡otra vez a la tierra! ¡Anhelo inestinguible,
ante la norma única de la espiga perfecta,
de una suprema forma, que eleve a lo imposible
el alma, ¡oh poesía!, infinita, áurea, recta!

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Sonatina, de Rubén Darío


La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave de oro;
y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
]o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a encenderte los labios con su beso de amor!

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A Dorila, de Juan Meléndez Valdés


¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días

y los floridos años
de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,
del amor enemiga,

y entre fúnebres sombras

la muerte se avecina,


que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga

nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes

y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.


Ven ¡ay! ¿qué te detiene?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras

do leve el viento aspira;

y entre brindis suaves

y mimosas delicias

de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.

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Soneto a Cristo crucificado, autor Anónimo


  No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Como una simplecilla mariposa, de Gutierre de Cetina


Como la simplecilla mariposa
a torno de la luz de una candela
de pura enamorada se desvela,
ni se sabe partir, ni llegar osa;

vase, vuelve, anda, torna y no reposa,
y de amor y temor junto arde y hiela,
tanto que al fin las alas con que vuela
se abrasan con la vida trabajosa.

Así, mísero yo, de enamorado,
a torno de la luz de vuestros ojos
vengo, voy, torno y vuelvo y no me alejo;

mas es tan diferente mi cuidado
que en medio del dolor de mis enojos
ni me acaba el ardor, ni de arder dejo.

Enlaces de interés: datos, datos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Luis de Góngora - "Mientras por competir por tu cabello" (ca.1582)

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano; 1
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello; 2
mientras a cada labio, por cogello. 3
siguen más ojos que al clavel temprano; 4
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello: 5
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva 6, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

1. Mientras el oro abrillantado (bruñido) refleja el sol tratando inútilmente de competir con el dorado de tu cabello.
2. La frente de la amada es tan blanca que puede mirar con desprecio al lirio (lilio), flor de un blanco muy puro.
3. Cogerlo
4. Los labios de la amada son tan rojos como el clavel, y tan deseados por quienes los miran como el primer clavel de la primavera.
5. Mientras tu hermoso (gentil) cuello vence con juvenil desprecio (desdén lozano) al brillante cristal, al que supera en delicadeza.
6. Antes de que el rubio cabello se llene de canas (se vuelva en plata) y el cuello se incline y afee como una violeta tronchada (viola troncada).

jueves, 16 de diciembre de 2010

Fray Luis de León, "El aire se serena" (Oda III)

Fray Luis de León, “El aire se serena” (Oda III) (mediados del siglo XVI)

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida!
¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!

1. Aclaraciones léxicas:
Cítara: Instrumento musical antiguo semejante a la lira, pero con caja de
resonancia de madera. Modernamente esta caja tiene forma trapezoidal y el
número de sus cuerdas varía de 20 a 30. Se toca con púa.
Porfiar: Disputar y altercar obstinadamente y con tenacidad.
Anegar: se sumerge, se empapa…

lunes, 13 de diciembre de 2010

Pautas para el comentario poético


PAUTAS PARA EL COMENTARIO POÉTICO

Las siguientes pautas son necesarias para el mejor conocimiento de la poesía contenida en la antología que debe leerse en bachillerato. La antología es una muestra de buena parte de la poesía escrita a lo largo de la historia de la literatura castellana. Conocerla, saberla interpretar, tener los recursos precisos para extraer de ella su significado, es condición indispensable si se quiere llegar a tener una base mínima con la que llegar a selectividad preparado. No cabe recordar, por otro lado, que dicha base hay que sustentarla en un discurso sólido, bien cohesionado, sin faltas de ortografía, donde las ideas estén ordenadas y defendidas con criterio. Es por todo ello que creemos obligatorio seguir un método en el que importa tanto identificar según qué aspectos métricos o estilísticos, como la correcta lectura del texto que se os proponga. Las pautas, pues, son las siguientes:

  1. Lectura atenta del texto. Imprescindible. No se puede comentar un poema sin entenderlo de pe a pa. Cualquier palabra de la que desconozcamos el significado hay que buscarla en el diccionario. Si es una palabra de uso medieval o barroco, o que ya no está en uso, igualmente la hallaremos en alguno de los diccionarios que la RAE tiene para su consulta a través de Internet.

  1. Localización del texto.
    1. El autor. Toda obra, salvo excepciones, tiene un autor no anónimo. Conocer aspectos de su vida y de su labor literaria son casi siempre muy importantes, ya que pueden haber afectado de algún modo en su manera de entender la creación poética, o a la hora de escoger los temas de los que habla.
    2. El contexto social y cultural. Una obra literaria no es un hecho aislado que se da sin más. Es parte de un contexto en el que hallaremos datos históricos pero también culturales. Un autor es hijo de su tiempo, de un modo de ver las cosas, y ese tiempo y ese modo de mirar hay que conocerlos para que el significado del poema sea advertido en su totalidad.
    3. El poema en su obra. Todo poema es parte, junto a otros muchos, de una obra mayor a la que pertenece. Es preciso tener una idea de la obra, de los rasgos que la caracterizan, de la importancia que tiene en la obra completa, qué aporta, cuáles son sus novedades…
    4. Hay que identificar el género al que pertenece el poema. Si se trata de poesía épica o lírica, de tipo amoroso o meramente descriptivo, etcétera. En función del tipo que sea, su contenido variará sustancialmente. Hay que recordar que cada género presenta características propias que deben observarse en el texto.

  1. Contenido.
    1. Identificación del tema. Todo poema, por lo general, posee un tema que el autor desarrolla. Hay que encontrar ese tema, a veces incluido en el título, y ver de qué modo queda expuesto.

  1. Estructura del texto.
    1. División del poema en partes. Todo texto, sea o no literario, puede dividirse en partes. Partes que, en el caso de la poesía, no tienen por qué coincidir con la división estrófica. Cada parte amplifica o incide en algún aspecto del tema. Conviene dar un nombre a cada una de ellas y señalar los versos que ocupa para que, cuando hagamos mención en el comentario, pueda identificarse con facilidad.

  1. Expresión.
    1. Estructura métrica. Aquí hemos de echar mano a los conocimientos de métrica adquiridos en cursos anteriores. El cómputo silábico (sin olvidar las licencias métricas: sinalefa, sinéresis, hiato, diéresis…), el tipo de rima y de estrofa, son conceptos que hay que dominar y practicar, ya que son importantes en cualquier comentario poético que se realice.
    2. Figuras literarias. Junto con el ritmo y la rima, las figuras literarias logran que el lenguaje poético sea como es, distinto al común o al de la narrativa. Identificarlas demostrará un conocimiento provechoso de la materia. Aunque no se trata tanto de saber encontrar un hipérbaton o una metáfora, sino de saber por qué el autor los usa, ya que siempre tienen una razón de ser. Recuerda que las figuras literarias pueden agruparse en cuatro tipos según sean de orden, de repetición, de significado o de supresión.

El comentario de texto es una actividad utilísima para la mejor comprensión, para el mayor conocimiento de un autor o una época. No podemos quedarnos en la superficie, en la piel de las palabras. Éstas, al contrario de lo que pueda parecer, dicen más de lo que significan, pues tras ellas hay siempre una intención y un contexto al que se refieren. El lector no puede limitarse a ser un ente pasivo, está obligado a ver más allá del velo, a ser crítico con lo que se le ofrece. Leer con atención, buscar las trampas del lenguaje es una buena forma de hacer funcionar la mente y desarrollar de paso una competencia imprescindible para poder madurar. Lograrlo es cosa vuestra. Aquí nos limitamos a enseñaros cómo hacerlo.

El listado de poemas pertenecientes al siglo XX que deben trabajarse de cara a Selectividad es el siguiente:

  1. Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera”, de Cantos de vida y esperanza (1905).

  2. Antonio Machado, “Campos de Soria”, de Campos de Castilla (1912)

  3. Antonio Machado, “Proverbios y cantares”, XXIX, XLIV, de Campos de Castilla (1917)

  4. Juan Ramón Jiménez, “Álamo blanco”, de Canción (1936)

  5. Juan Ramón Jiménez, “Si yo, por ti, he creado un mundo para ti” (El nombre conseguido de los nombres), de Dios deseado y deseante (1949)

  6. Pedro Salinas, “El alma tenías”, de Presagios (1924)

  7. Jorge Guillén, “Más allá”, de Cántico (1928)

  8. Gerardo Diego, “Río Duero, río Duero”, de Soria (1923)

  9. Federico García Lorca, “La luna vino a la fragua”, de Romancero gitano (1927)

  10. Federico García Lorca, “Ciudad sin sueño”, de Poeta en Nueva York (1929-30, publicado en 1940)

  11. Dámaso Alonso, “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”, de Hijos de la ira (1944)

  12. Vicente Alexandre, “Se querían”, de La destrucción o el amor (1935)

  13. Rafael Alberti, “Si mi voz muriera en tierra”, de Marinero en tierra (1924)

  14. Luis Cernuda, “Donde habite el olvido”, de Donde habite el olvido (1933)

  15. Miguel Hernández, “Yo quiero ser, llorando, el hortelano”, de El rayo que no cesa (1936)

  16. Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”, de Cantos iberos (1955)

  17. Blas de Otero, “En el principio”, de Pido la paz y la palabra (1955)

  18. Ángel González, “Para que yo me llame Ángel González”, de Áspero mundo, (1956)

  19. José María Valverde, “En el principio”, de Ser de palabra (1976)

  20. José Ángel Valente, “Si no creamos un objeto metálico”, de El inocente (1970)

  21. Jaime Gil de Biedma, “Intento formular mi experiencia de la guerra”, de Moralidades (1966).

  22. María Victoria Atencia, “Placeta de San Marcos”, de El coleccionista (1979)


sábado, 11 de diciembre de 2010

Rubén Darío


Poeta, periodista y diplomático nicaragüense, considerado el fundador del modernismo. Nació en Metapa, hoy Ciudad Darío (Nicaragua). Sus padres se separaron cuando él todavía era muy pequeño y lo crió una abuela que lo mimó, consintió mucho y presentó en Managua, siendo todavía un adolescente, como un artista prodigio. Leía a los poetas franceses a la vez que era invitado a recitar poesía. En 1886 realizó un viaje a Santiago de Chile que fue su primer contacto con el progreso y la metrópoli. Quedó fascinado, y allí público su primer gran libro Azul (1888), libro que llamó la atención de la crítica y que el escritor español Juan Valera alabó mucho. De regresó a Managua se casó con Rafaela Contreras, en 1891; quince meses después nació su primer hijo y en 1893 murió su esposa. En 1892, viajó a España como representante del Gobierno nicaragüense para asistir a los actos de celebración del IV Centenario del descubrimiento de América. Suceden unos años de viajes por Estados Unidos, Chile y Francia, y una residencia en Buenos Aires trabajando para el diario La Nación, lo que le dio una reputación internacional. En 1898 regresa a España como corresponsal del mismo diario; en esta estancia en Europa, alterna su residencia entre París y Madrid, es aquí, en 1900, cuando conoce a Francisca Sánchez, una mujer de origen campesino, con la que tuvo un hijo y vivió con ella hasta el resto de sus días. Convertido en un gran poeta de éxito en Europa y América, fue nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid en 1907, lo que le obligaba a viajar y de ahí que esté considerado como el 'embajador del modernismo' en el mundo. Darío era un hombre que no había olvidado sus raíces provincianas aunque se había transformado en un cosmopolita total, pero veía que el mundo jubiloso de Europa estaba acabando.

Inició la carrera literaria en Chile. Sus primeros poemas son una mezcla de tradicionalismo, romanticismo, al estilo del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, con una temática comprometida con lo social; Abrojos (1887) y Canto épico a las glorias de Chile (1888). Este mismo año publica Azul (1888, revisado en 1890), obra todavía romántica sobre la exaltación del amor como algo armónico con la naturaleza y el cosmos. Está dividido en cuatro partes: 'Primaveral', donde desarrolla el tema del amor sexual como algo sagrado, en la línea del Cantar de los cantares; 'Estival' gira en torno al amor como instinto; en 'Autumnal' el amor se canta como nostalgia y, por último, en 'Invernal' aparece un amor mundano y moderno capaz de desafiar la climatología y las estaciones ya que los amantes se refugian en -lechos abrigados… cubiertos de pieles de Astrakán-. A este libro debe que sea considerado como el creador del modernismo; escritores como Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Machado, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig le reconocieron como el creador e instaurador de una nueva época en la poesía en lengua española.

Sus viajes por Europa y América, aclamado como gran poeta, le llevan a París y a entrar en contacto con los poetas parnasianos y simbolistas que transformarán sus concepciones poéticas. En Prosas profanas (1896 y 1901), desarrolla de nuevo el tema del amor pero ya no busca la armonía con la naturaleza sino con el arte. Y en Cantos de vida y esperanza (1905) expone cómo el Arte supera a la Naturaleza, que se manifiesta a veces como un caos, y es capaz de poner orden, de restablecer la armonía divina, y como tema de fondo su preocupación por el futuro de la cultura hispana. Otra faceta de la obra rubeniana es la de poeta cívico ya que compone poemas tanto para exaltar un glorioso hecho nacional o un héroe, como para realizar una amarga censura. El canto errante (1907), un libro en el que afrontó los eternos problemas de la humanidad, es su libro, conceptualmente, más universal. En el poema 'A Colón' expresa el espanto que supuso el descubrimiento y enaltece la ingenuidad de la América indígena; en 'A Roosevelt' evalúa a latinos y anglosajones medidos por el patrón materialista de estos últimos.

A partir de 1910 cae en un profundo abandono vital que le lleva a las más variadas excentricidades y bohemias y al consumo excesivo de alcohol. En 1913, cae en un profundo misticismo y es cuando se retira a la isla de Mallorca. Allí empieza a escribir una novela La isla de oro -que nunca llegó a concluir- en la que sobre todo analiza el desastre hacia el que está caminando Europa. También compone Canto a Argentina y otros poemas (1914), un libro dedicado a este país en el año de la celebración de su centenario en que quiso seguir el modelo del Canto a mí mismo de Walt Whitman pero es una obra menor, casi de compromiso, sin la intensidad de sus grandes poemas. En 1915, enfermo y escapando de un continente desgarrado por la I Guerra Mundial, regresó a América. Rubén Darío es un hito en las letras hispánicas. El modernismo surgió con él y es puente obligado entre las letras de España y Latinoamérica. En un momento en que en España la poesía decaía y se repetía a sí misma sobre calcos vacíos, aportó una savia que, junto con Bécquer, inició el camino para la recuperación, cuyos frutos mas brillantes fueron Juan Ramón Jiménez, las vanguardias y, más tarde, la llamada generación del 27. En Latinoamérica su influencia no fue menor. Aunque la crítica hispánica siempre tuvo en un alto concepto a Darío, desde el centenario de su nacimiento en 1967 su obra se revalorizó notablemente. Se le considera la mejor representación de la expresión americana e hispánica, y a él se debe el desarrollo en las letras hispanas de la búsqueda constante de nuevas formas y lenguajes. Murió en 1916 poco después de llegar a Managua.

Los datos biográficos han sido extraídos de aquí.

Para más información sobre el autor:

http://www.los-poetas.com/a/dario.htm
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/dario/

Canción de otoño en primavera, Rubén Darío

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...


¡Mas es mía el Alba de oro!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Soneto XXXIII, Garcilaso de la Vega

A Boscán desde La Goleta (ca. 1535)

Boscán, las armas y el furor de Marte,
que con su propria fuerza el africano
suelo regando, hacen que el romano
imperio reverdezca en esta parte,

han reducido a la memoria el arte
y el antiguo valor italïano,
por cuya fuerza y valerosa mano
África se aterró de parte a parte.

Aquí donde el romano encendimiento,
donde el fuego y la llama licenciosa
solo el nombre dejaron a Cartago,

vuelve y revuelve amor mi pensamiento,
hiere y enciende el alma temerosa,
y en llanto y en ceniza me deshago.

VOCABULARIO Y ACLARACIONES
Marte: dios de la guerra
Cartago: nombre de la ciudad que durante años lucho contra Roma para
conseguir el dominio mediterráneo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Métrica castellana

El power point que aparece a continuación recoge brevemente algunos aspectos de la métrica en castellano. Dichos aspectos son necesarios conocerlos para poder realizar parte de las actividades que se os propondrán a partir de la lectura de los poemas recogidos en el blog.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Gustavo Adolfo Bécquer recitado

El tinglado » Gustavo Adolfo Bécquer

En este enlace encontrarás recitadas algunas de las rimas más conocidas de Béquer. Oírlas con atención te permitirá conocer la musicalidad de sus versos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Rima LXXV, Gustavo Adolfo Béquer

¿Será verdad que, cuando toca el sueño,
con sus dedos de rosa, nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?

¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?

¿Y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?

¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?

Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros.
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.

Rima LXVI, Gustavo Adolfo Béquer

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Rima LIII, Gustavo Adolfo Béquer

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

Rima LII, Gustavo Adolfo Béquer

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

Rima XIV, Gustavo Adolfo Béquer

Te vi un punto, y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.

Adondequiera que la vista clavo,
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,
unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir.
Cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran no lo sé.

Rima XI, Gustavo Adolfo Béquer

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!

Rima VII, Gustavo Adolfo Béquer

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!

Rima II, Gustavo Adolfo Béquer

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.

martes, 31 de agosto de 2010

Desde Irak, Blanca Andreu


Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?

A veces me figuro que estoy enamorado, Gabriel Celaya

A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.

Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.

Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,
y, alternativamente, Susanita y Carmen,
y, alternativamente, soy feliz y lloro.

No soy muy inteligente, como se comprende,
pero me complace saberme uno de tantos
y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

35 bujías, Pedro Salinas


Sí. Cuando quiera yo
la soltaré. Está presa,
aquí arriba, invisible.
Yo la veo en su claro
castillo de cristal, y la vigilan
—cien mil lanzas— los rayos
—cien mil rayos— del sol. Pero de noche,
cerradas las ventanas
para que no la vean
—guiñadoras espías— las estrellas,
la soltaré. (Apretar un botón.)
Caerá toda de arriba
a besarme, a envolverme
de bendición, de claro, de amor, pura.
En el cuarto ella y yo no más, amantes
eternos, ella mi iluminadora
musa dócil en contra
de secretos en masa de la noche
—afuera—
descifraremos formas leves, signos,
perseguidos en mares de blancura
por mí, por ella, artificial princesa,
amada eléctrica.

Rima I, Gustavo Adolfo Béquer

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en la sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

Los loros y la cotorra


De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La isla en parte es francesa,
y en otra parte española.

Así, cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia.

De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.

El francés del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al francés
casi se las toma todas.

Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda.

El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.

Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.

Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois que una PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!

lunes, 30 de agosto de 2010

Miré los muros. Francisco de Quevedo


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.


La noche oscura, San Juan de la Cruz


1. En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras, y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!
a oscuras, y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada.
Amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido,
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Tres cosas, Baltasar de Alcázar

Tres cosas me tienen preso

de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón,
y berenjenas con queso.

Esta Inés, amantes, es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.

Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.

Fue de Inés la primer palma;
pero ya juzgarse ha mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.

En gusto, medida y peso
no le hallo distinción:
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.

Alega Inés su bondad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y la berenjena
la española antigüidad.

Y está tan en fiel el peso
que, juzgado sin pasión,
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.

A lo menos este trato
destos mis nuevos amores
hará que Inés sus favores
nos los venda más barato.

Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.

Aquí la envidia y mentira, Fray Luis de León

  Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,            
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.           

Soneto XI, Garcilaso de la Vega

  Hermosas ninfas que, en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
 
  agora estéis labrando embebecidas,             
o tejiendo las telas delicadas;
agora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;
 
  dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,               
y no os detendréis mucho según ando;
 
  que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio consolarme.


No te tardes, Juan del Encina

¡No te tardes que me muero
carcelero,
no te tardes que me muero!
 
   Apresura tu venida
porque no pierda la vida                        
que la fe no está perdida:
carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   Sácame de esta cadena,
que recibo muy gran pena                        
pues tu tardar me condena,

carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   La primera vez que me viste,
sin lo sentir me venciste;                      
suéltame pues me prendiste,
carcelero,
¡no te tardes que me muero!
 
   La llave para soltarme
ha de ser galardonarme,                         
carcelero,
¡no te tardes que me muero!

sábado, 28 de agosto de 2010

Abenámar y el rey don Juan


  «Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.
Estaba la mar en calma,                 
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace,
no debe decir mentira.»
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:               
«No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho               
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.                 
«Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!»
«El Alhambra era, señor,                
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día               
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,                
castillo de gran valía.»
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
«Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;                     
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.»
«Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene               
muy grande bien me quería.»

viernes, 27 de agosto de 2010

Placeta de San Marcos, María Victoria Atencia, El coleccionista (1979)

Amárrate, alma mía; sujétate a este mármol,

Sebastián de tu tronco, con cuantas cintas pueda

ofrecerte en Venecia la lluvia que te empapa.


Amárrate a este palo, alma Ulises, y escucha

-desde donde la plaza proclama su equilibrio-

el rugido de bronce que la piedra sostiene.


En este enlace hallaréis un comentario extenso del poema.